
Este artículo trata sobre una (más) desagradable experiencia con el servicio técnico de Cuatromoción, uno de los concesionarios de Audi en Tenerife.
La semana pasada tocaba el habitual cambio de aceite y revisión periódica de mi ya veterano A3. Como siempre, me planteo pedir cita previa en Angel Bello, el concesionario de Audi para el sur de Tenerife, pero en estos días no me puedo permitir el perder una mañana de trabajo, aunque sea a costa de las vacaciones. No quiero anticipar el final de la historia, pero está claro que hubiera resultado una buena inversión.
El día de la cita, llego el primero al taller (07:30 h.) para evitar colas y retrasos. Al recibir el coche, mi asesora revisa el coche y detecta que una de las cubiertas traseras está muy desgastada, por lo que acordamos sustituir las dos del mismo eje. Hasta aquí, todo bien. Luego me informa que toca sustitución de la correa de distribución y que posiblemente (lo que traducido en lenguaje llano es "con suerte") el coche estará terminado hasta el día siguiente. Pienso que podrían haberme informado antes, pero pelillos a la mar.
Dia siguiente, recojo el coche, pago religiosamente y sin protestar el facturón de 900 €. Para pasar el susto, cafelito-tertulia con Luisa y me dirijo a Santa Cruz a buscar a Alicia. Cuando bajo por la recta de la autopista TF1, noto una anormal vibración. Decido parar para echar un vistazo. No encuentro nada extraño en las ruedas. Levanto el capó del motor, que para eso soy de ciencias y me gusta la mecánica. Por si el problema está en la nueva correa de distribución, me las ingenio para pisar el acelerador en punto muerto y subir el motor de revoluciones, pero tampoco observo nada raro. Continuo la marcha.
Vuelvo a la autopista y otra vez las dichosas vibraciones, pero esta vez bajo el volumen de la música y la luna de la puerta del conductor: el ruido parece provenir del tren trasero cuando piso el freno. Me detengo, visualmente no noto nada anormal, paso la mano por las cubiertas traseras buscando alguna imperfección o similar. Nada.
Reemprendo la marcha, pero con una mosca detrás de la oreja del tamaño de un 747. Reduzco la marcha, no sea que pase algo raro: de 80 a 60 Km/h. Agónicamente, llego a Santa Cruz mientras repaso mentalmente todos los elementos mecánicos de una rueda, para intentar discernir que es lo que no va bien y... ¡evoilá!. ¿No serán tan incompetentes como para no haber atornillado bien las llantas?. Me detengo en el primer sitio que puedo y confirmo mis sospechas. ¡Esto es indignante!.
Lo primero que se me ocurre es subsanar el problema yo mismo, pero no soy capaz de encontrar las pinzas para quitar el embellecedor de los tornillos de seguridad. Llamo al taller, pero ya está cerrado y dejo un recado en el contestador de Cuatromoción. Aparco lo mejor que puedo, cartelito de averiado en el salpicadero y vuelta en casa en guagua. ¡Mañana les voy a armar un buen pollo!. :-/
A la mañana siguiente, vuelvo a recoger el coche y recibo llamada de mi asesora. Acordamos que vuelva conduciendo el coche al taller extremando las precauciones. Al llegar, le cuento la historia y me asegura que lo repararán inmediatamente y sin coste adicional. ¡Faltaría más!. Espero que mis pensamientos no afloren por mi comunicación no verbal. Solicito que la reparación se realice ante el Jefe de Taller y ante mí. Me pide que espere un momento, entra el coche en el taller y a esperar.
Cinco minutos más tarde vuelve caminando y me informa que ya lo están arreglando, porque no me ha localizado, aunque yo no me he movido de la puerta del taller. Me cuenta (utilizando la segunda de las acepciones del verbo contar, según la RAE) que no es que la rueda no estuviera mal atornillada, sino que hay un problema de ajuste en la pieza (oxidada) que pega con el buje.
¿Sabes lo que es el buje? Sí, una cortina de humo.
Le recuerdo que no es lo que hemos acordado, que quiero estar presente en la reparación. Me dice que no es posible porque hay mucho trabajo en el taller. Insisto y vamos dentro. Como era de suponer, la imagen es un mecánico apretando tornillos intentando hundir la cabeza entre los hombros: ¿verguenza ajena?. El Jefe de Taller, muy amable, me cuenta que asume el error, pero repite la historia del buje. Si esto es asumir el error, que venga dios y lo vea. Le cuento mis últimas dos malas experiencias con el taller.
Mentalmente hago la cuenta y salgo a más de un error por cada visita al taller.
Me responde que él no sabía nada, aunque mi asesora, que sigue presente, confirma mi versión. Ella me señala las pinzas que son necesarias para extraer los embellecedores de los tornillos y sugiere que debo adquirirlas. Me quedo atónito durante medio segundo: ¡es increíble, pretende cobrar por esa pieza de plástico, después de lo sucedido!. El mecánico interrumpe a mi asesora y le sugiere que me quede con esa pieza, que debería haber traído mi coche de fábrica.
Para evitar que cosas como esta vuelvan a repetirse, y para que quede constancia escrita de este hecho y el perjuicio que me han provocado, solicito interponer una reclamación escrita. En el departamento de Atención al Cliente, me informan que hay dos tipos de reclamaciones: una interna (que va directamente a la gerencia) y otra oficial que va a la Dirección General de Consumo, los cuales (según ellos) sólo van a revisar la parte administrativa del taller y a sancionar económicamente (¿gerencia no se los lee cuando tengan que pagar la multa?).
Aunque parezca increíble, niguna de las personas con las que he hablado, ha sugerido algún tipo de indemnización o rebaja en la factura para hacer mas llevadero el disgusto, ni compensar el tiempo que he perdido por esta manifiesta negligencia.
No pretendo poner a caldo a nadie. Que cada cual saque sus propias conclusiones, pero esto no es un caso aislado. Escribo este artículo para informar, y para volver a leerlo cuando tenga que hacer una nueva revisión a mi estupendo coche.